dijous, 29 de maig del 2014

¿Es posible morir después de Internet?



El español Mario Costeja encarnó la paradoja de esta época al conquistar el “derecho al olvido” y, por ello, ser más recordado que nunca. Nacido en São Paulo, en Brasil, país donde vivió hasta los nueve años, el abogado se quejaba de que, al teclear su nombre en Google, encontraba destacado un texto que manchaba su reputación. Era una página del periódico La Vanguardia , publicada en 1998, que relacionaba su nombre con la subasta de una propiedad por deudas con el Gobierno. Pidió que los enlaces a la noticia fueran eliminados, pero tanto el periódico como Google rechazaron la solicitud. El pasado 13 de mayo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea determinó que buscadores como Google deberán permitir que las personas sean “olvidadas” cuando las informaciones ya superadas de su pasado sean consideradas lesivas o sin relevancia. El “olvido” sería consumado por la supresión de enlaces en internet, excepto en situaciones en las que existan razones específicas para ser mantenidos, como el papel asumido en la vida pública por aquel que reivindica la eliminación o un interés público que se solape al interés individual. La decisión solo vale para Europa. Pero abre un precedente, tal vez peligroso, y una discusión fascinante. ¿Tenemos derecho a ser olvidados? E incluso aunque llegáramos a la conclusión de que sí, como decidió el tribunal europeo, ¿es posible ser olvidado?
Como en Internet todo es rápido, instantáneo, inmediato y, principalmente, “fácil”, existe tanto la ilusión de control como la tentación de control.
¿Y el muerto-vivo? ¿O el vivo-muerto?
El joven activista que escoge matarse (es lo que él dice, fue una elección), escribe en su carta-testamento: “La vida es una prisión. La única libertad posible es la no existencia”. Es en los mensajes del contestador, dejados por la misma voz femenina, por alguien que lo conoce, en el sentido profundo de conocer, no en el superficial que desfila en la pantalla del Facebook o en las noticias de televisión, que la paradoja de esa época se desvela. En cierto momento, ella dice: “Es posible estar fuera del cuerpo, pero no fuera del lenguaje. Amigo mío, la única forma de morir es estar fuera del lenguaje –o no haber hablado nunca–. Tú hablaste mucho, demasiadas palabras. Para siempre estará atrapado en el lenguaje”.
Él murió, su cuerpo no está ahí. Pero, igual que nosotros, está vivo en múltiples narrativas en movimiento que, con Internet y la tecnología, se han vuelto la eternidad que buscamos con tanto ahínco y finalmente alcanzamos. Solo para descubrir que la tragedia era otra.
Esta es la trampa. Ya no es posible morir.

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